Flotaba en el océano inmenso de sus propias ilusiones, pero ya estaba muerta, fría e hinchada, como las falsas promesas de medrar bajo la protección de Europa, y negra, como su propio destino, como el fondo de aquellas aguas que fueran su último asilo.
Era, aún antes de hundirse su patera, naufraga de nacimiento, hermana de una hambruna indigna y consentida, vecina de una guerra cruel, de una pandemia indiscriminada, y abonada cierta a una muerte temprana.
Era una muerta sin nombre, preñada, con su niño muerto en las entrañas, sólo una más de los millones de abandonados que, como Fausto, venden su alma al diablo engañados en la leyenda de Europa, el nuevo Dorado, la tierra donde los perros se atan con longaniza, las carreteras son de cristal, los niños nacen sin un fusil debajo del brazo, y de hambre sólo mueren los que vomitan la comida.
Bajo este prisma apocalíptico, la disyuntiva entre quedarse y morir de sida, cólera, malaria, masacrado por las guerrillas, o sencillamente de hambre, o por el contrario huir, no se plantea, la cuestión se traslada directamente a encontrar la forma y el lugar al que exiliarse.
Esta desesperación vital queda objetivada tanto en el notable incremento de personas que tratan de alcanzar nuestras costas, que cada año se incrementa de forma exponencial, así como en los medios utilizados, que han pasado de la patera solitaria en las noche de luna nueva y mar en calma, al asalto directo de las fronteras por parte de centenares de personas que, como en el asedio a una fortaleza medieval, saltan los vallados fronterizos con escaleras manufacturadas con troncos y cables.
La función de control encomendada a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, se torna imposible ante una avalancha humana de está índole, en primer lugar porque los medios humanos y materiales disponibles son, a todas luces insuficientes, y en segundo lugar, porque cuando uno huye de la enfermedad y de la guerra, los efectos disuasorios que podrían conllevar los medios de contención legales (detención, uso de material antidisturbios ) se diluyen, que más cornadas da el hambre diríamos por aquí.
La solución policial a un problema de índole social mundial, es inviable. Incluso en el supuesto de que se pudiera acabar con las mafias que trafican con seres humanos, bien con su traslado, bien con su explotación, no se evitarían las migraciones masivas de desesperados, pues el problema real no son los medios empleados, sino las condiciones de origen, y estas únicamente son mejorables desde una perspectiva global que garantice nutrición, sanidad, educación, protección de los derechos humanos, y trabajo.
Sólo garantizando una vida digna, unas mínimas perspectivas de futuro en los países de procedencia evitaremos un éxodo bíblico, como el las tribus de Israel, huyendo de Egipto. Una carga de desheredados, tras los que cabalgan crueles, los cuatro jinetes.
Cerrar los ojos a la evidencia, creer que la solución pasa por blindar las fronteras o legislar en materia de inmigración, es querer poner diques al mar, o puertas al campo.
Nadie que tenga la posibilidad de huir de un infierno en vida, se abrasaría, yo no lo haría, aquella muerta sin nombre, tampoco lo hizo, y es más, creo que, si dispusiera de una segunda oportunidad, lo volvería a intentar.
Fdo: José Sánchez Martí. 15-09-2005.
Columna de opinión personal de José Sánchez Martí. Agente de policía. Criminólogo. Diplomado en Ciencias Policiales.
Era, aún antes de hundirse su patera, naufraga de nacimiento, hermana de una hambruna indigna y consentida, vecina de una guerra cruel, de una pandemia indiscriminada, y abonada cierta a una muerte temprana.
Era una muerta sin nombre, preñada, con su niño muerto en las entrañas, sólo una más de los millones de abandonados que, como Fausto, venden su alma al diablo engañados en la leyenda de Europa, el nuevo Dorado, la tierra donde los perros se atan con longaniza, las carreteras son de cristal, los niños nacen sin un fusil debajo del brazo, y de hambre sólo mueren los que vomitan la comida.
Bajo este prisma apocalíptico, la disyuntiva entre quedarse y morir de sida, cólera, malaria, masacrado por las guerrillas, o sencillamente de hambre, o por el contrario huir, no se plantea, la cuestión se traslada directamente a encontrar la forma y el lugar al que exiliarse.
Esta desesperación vital queda objetivada tanto en el notable incremento de personas que tratan de alcanzar nuestras costas, que cada año se incrementa de forma exponencial, así como en los medios utilizados, que han pasado de la patera solitaria en las noche de luna nueva y mar en calma, al asalto directo de las fronteras por parte de centenares de personas que, como en el asedio a una fortaleza medieval, saltan los vallados fronterizos con escaleras manufacturadas con troncos y cables.
La función de control encomendada a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, se torna imposible ante una avalancha humana de está índole, en primer lugar porque los medios humanos y materiales disponibles son, a todas luces insuficientes, y en segundo lugar, porque cuando uno huye de la enfermedad y de la guerra, los efectos disuasorios que podrían conllevar los medios de contención legales (detención, uso de material antidisturbios ) se diluyen, que más cornadas da el hambre diríamos por aquí.
La solución policial a un problema de índole social mundial, es inviable. Incluso en el supuesto de que se pudiera acabar con las mafias que trafican con seres humanos, bien con su traslado, bien con su explotación, no se evitarían las migraciones masivas de desesperados, pues el problema real no son los medios empleados, sino las condiciones de origen, y estas únicamente son mejorables desde una perspectiva global que garantice nutrición, sanidad, educación, protección de los derechos humanos, y trabajo.
Sólo garantizando una vida digna, unas mínimas perspectivas de futuro en los países de procedencia evitaremos un éxodo bíblico, como el las tribus de Israel, huyendo de Egipto. Una carga de desheredados, tras los que cabalgan crueles, los cuatro jinetes.
Cerrar los ojos a la evidencia, creer que la solución pasa por blindar las fronteras o legislar en materia de inmigración, es querer poner diques al mar, o puertas al campo.
Nadie que tenga la posibilidad de huir de un infierno en vida, se abrasaría, yo no lo haría, aquella muerta sin nombre, tampoco lo hizo, y es más, creo que, si dispusiera de una segunda oportunidad, lo volvería a intentar.
Fdo: José Sánchez Martí. 15-09-2005.
Columna de opinión personal de José Sánchez Martí. Agente de policía. Criminólogo. Diplomado en Ciencias Policiales.
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el jueves, septiembre 15, 2005
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